martes, 3 de agosto de 2010

Caida

Mientras caía recordó aquella vez que... bueno, no estaba seguro de si lo había leído o lo había vivido. Ese era el problema de tener una vida tan monótona, que como válvula de escape hacía suyas historias vividas o inventadas por otros. Es igual. Tendría unos ocho o nueve años. Estaba en una iglesia, y el cura dijo: “Aunque los actos llevados a cabo por él fueron deleznables, estoy seguro que en el último momento se arrepintió de lo que hizo y pidió perdón al Señor, y por eso será enterrado en camposanto, y Dios le estará esperando para acogerle en su seno como a todos nosotros cuando llegue la hora, y nos encontraremos con él en ...”

Ya no recordaba más. No es que viese su vida pasar por delante, sólo que en ese momento tenía la mente lúcida y podía pensar con mucha claridad, como nunca en su vida. Al principio pensó que el tiempo iba lento, pero luego advirtió que era el el que pensaba muy rápido, y los recuerdos y las reflexiones surgían a borbotones, sin cesar.

Y así recordando los puntos claves de su vida, llegó a la conclusión de que si hubiese marcha atrás, que no la había, no lo repetiría. Quizás en eso el cura tenía razón, aunque sólo en parte. No había vuelto a la senda de los justos, ni pedía perdón al Señor Dios nuestro. Es que se daba cuenta de que todo lo que le había llevado a esa desagradable, aunque reveladora situación, tenían solución. Ahora lo veía claro. Sólo tenía que haber enfrentado las chanzas que le había presentado la vida. Además advirtió que las que se había tomado como las más trascendentes eran las más irrisorias, pues se solucionaban con unas cuantas palabras, cogiendo el metro a las seis en lugar de a la una y media, o yendo por la calle del medio en lugar de andarse con rodeos. Qué queréis, tampoco había vivido tanto, sus problemas no eran muy relevantes, pero para el fueron un mundo. Y para cuando aprendió a vivir, que ironía, tenía el suelo a unos pocos centímetros de su nariz. Su último pensamiento fue “¿Por qué siempre se lo que hay que hacer cuando no tengo tiempo?” Pudo pensar en más cosas, pero prefirió invertir sus últimas décimas en un escueto “¡Jod...!”