viernes, 14 de enero de 2011

Sentado en el 4.3.

Vuelvo a casa tras la revisión de un exámen. 4.3. Una nota lo suficientemente alta como para que me de rabia, pero lo suficientemente baja como para saber que hay que hacer las cosas bastante mejor. En la revisión lo de siempre, fallos que no habías apreciado, y apreciación bien distinta de lo punible que debe ser un fallo. Lo dicho, lo de siempre.

Vuelvo a casa y subo por las escaleras para enfriarme antes de volver a coger la mochila. Y subo un piso, dos tramos de escalera de diez peldaños cada uno; subo otro piso, y otro, y otro... y al llegar al piso cuarto, al encarar el noveno tramo cuento: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... y me paro. Miro hacia arriba, se ve el final de la escalera. Tras el esfuerzo de los ochenta y seis escalones precedentes parece fácil llegar a casa, ya que una vez allí, en el peldaño ochenta y seis está buena parte del trabajo hecho, pero esos catorce escalones restantes son los que más cuestan, las piernas están cansadas, comienza a acelerarse la respiración y el aliento...

Me siento en el peldaño ochenta y seis, y me quedo un rato en el 4.3, con la certeza de que en algún momento, más pronto que tarde me levantaré para afrontar lo que me resta de subida y llegar a casa. Como no puede ser de otra manera.