Vuelvo a casa y subo por las escaleras para enfriarme antes de volver a coger la mochila. Y subo un piso, dos tramos de escalera de diez peldaños cada uno; subo otro piso, y otro, y otro... y al llegar al piso cuarto, al encarar el noveno tramo cuento: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... y me paro. Miro hacia arriba, se ve el final de la escalera. Tras el esfuerzo de los ochenta y seis escalones precedentes parece fácil llegar a casa, ya que una vez allí, en el peldaño ochenta y seis está buena parte del trabajo hecho, pero esos catorce escalones restantes son los que más cuestan, las piernas están cansadas, comienza a acelerarse la respiración y el aliento...
Me siento en el peldaño ochenta y seis, y me quedo un rato en el 4.3, con la certeza de que en algún momento, más pronto que tarde me levantaré para afrontar lo que me resta de subida y llegar a casa. Como no puede ser de otra manera.
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