Debe ser que soy una hora entre las siete y las ocho de la mañana. Las nueve, como las diez o incluso las once, son buenas horas. Huelen a café, y a tostadas. Además puedes disfrutarlas habiendo descansado decentemente. Las doce y la una, en contra de lo que la gente piense, son horas canallas, en las que la gente que no madruga se levanta y no desayuna, o en la que puedes salir a la calle a ver como las señoras mayores hacen la compra, y la gente está trabajando mientras tu simplemente paseas.
De las dos a las cuatro las funciones son meramente alimenticias, sino directamente, de forma indirecta (excepto para los que a pesar de levantarse a las doce deciden desayunar), pues el hambre o simplemente la costumbre lo influencian todo. La siesta o sopor, así como el trabajo o el estudio van de cuatro a siete (nótese que dos periodos se solapan). Son horas bastante tristes, pues generalmente nadie hace lo que quiere de cuatro a siete. Siempre se va, viene, o hace lo que no se quiere en estas horas, incluso dormir la siesta (¿nunca habéis notado la culpabilidad de la siesta?). Desde las ocho, aunque quizás las ocho también estén el el grupo anterior, no se... en fin, desde las nueve a las doce todo es bueno, pues la gente sale del aletargamiento y las imposiciones. Cena, habla, hace las cosas que no ha podido hacer de cuatro a ocho. Y a partir de las doce en adelante, se puede salir, o dormir.
Pero yo debo ser algún momento de entre las siete y las ocho de la mañana, donde hay sueño, mal despertar (o mal regresar por haber salido a las doce del día anterior), no tienes ganas de nada y solo quieres seguir durmiendo. Además no puedes pensar, pues tu cabeza aún no está lúcida. No lo está hasta que llega la ducha.
Debo de ser un momento antes de la ducha, entonces. Ya voy acotando lo que soy.
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