viernes, 18 de junio de 2010

Miedo al fracaso

Creo que hay algo peor que el fracaso: el miedo al fracaso. El fracaso es parte fundamental de la vida, nos forma y nos enseña, y es necesario (en dosis razonables, claro está). Algo falla cuando desde pequeños nos educan en la cultura de los triunfadores, pero enseñándonos sólo una parte, la parte brillante, la del éxito. Nos ocultan el fracaso, y es curioso, porque en los sujetos de supuesto éxito, y no hace falta que sean famosillos televisivos ya que todos tenemos figuras así alrededor, lo primero que aparece es su éxito, pero más tarde o más temprano llega su fracaso. Sin embargo las personas realmente triunfadoras han fracasado antes de abordar la empresa que les ha dado el éxito. Empresa en el sentido más amplio de la palabra, pues creo que esto es extrapolable a muchos ámbitos de la vida, como laborales, académicos, sentimentales... incluso culinarios. Y creo que sería muy enriquecedor saber por lo que ha pasado la gente hasta llegar a su posición de éxito actual, pues seguro que la figura del fracaso aparece alguna vez en sus vidas, Pero no un fracaso baldío, triste y desgraciado, sino un fracaso enriquecedor y aprovechable, desde el trabajo que perdieron, la carrera que no estudiaron o los amores que se les negaron. No hay que tener miedo al fracaso, hay que intentar, siendo razonables, pelear por aquello que realmente queremos, y asumir que si algo no sale como habíamos planeado es normal, y forma parte natural de la vida. Pero lo peor que podemos hacer, y es algo que yo hago a menudo, es quedarnos quietos, atenazados por el miedo, no hacer nada por miedo a hacerlo mal. Es entonces cuando nos quedamos con eso, con nada.

Nota: A modo culinario me gusta pensar, fuera de tanta reflexión pseudoprofunda lo que tuvo que pensar el primer tío o tía que hizo un flan de huevo. Es una tontería, pero pensad que sin haberlo visto o probado nunca, una persona coge huevos y los bate, les añade leche y azúcar en una proporción definida. En un recipiente hace caramelo y cubre sus paredes. Vierte allí la mezcla anterior, y lo cuece al baño maría hasta que se cuaja. Luego le da la vuelta y ¡Tachán!, un flan.
Lo que yo creo: Lo primero que era una persona muy osada, y lo segundo que tuvo que equivocarse muchas veces hasta que llegó a la receta final.

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